Despierto. Veo el reloj en el buró. 7:42 am. Te busco en la cama y no estás. Te llamo y contestas desde la cocina.
La ventaja de los pisos en Paris es que cabe casi todo en el mismo espacio.
La sala y la cocina están separadas por un sofá que he comprado en liquidación en Ikea por 39 euros.
Regresas a la habitación. Tienes puesta mi Thomas Pink blanca y una taza en cada mano.
El olor a café inunda el piso entero.
Las mañanas con café siempre son buenas, las mañanas con café y contigo son mejores. Las mañanas con café, contigo, y en Paris lo son aún más.
¿Qué día es hoy? qué importa.
Subes a la cama cuidando no derramar el café que has preparado en la cafetera que hasta hace pocos días no sabíamos usar.
¿Recuerdas cuando la trajimos al piso? Las primeras 10 tazas nos quedaron re-mal.
Me das una taza y le tomas a la tuya. Tu cabello está acomodado sobre tu hombro izquierdo y deja ver el lado derecho de tu cara descubierto.
No veo ninguna imperfección. ¿Cómo te ves tan bien a las 7 de la mañana?
Me das el discurso de que deberíamos cambiarnos al té y dejar el café negro. Te digo que si, pero no te digo cuándo.
Y hablamos.
Hablamos de todo y de nada. La vida es tan fácil cuándo encuentras a la persona con la que quieres tomar café por las mañanas siempre (Tal vez también té)
3 años de casados, 5 países en 2 continentes, 7 trabajos, 2 negocios; 1 quebrado y 1 aún operando, 3 libros publicados míos, 4 art exhibitions tuyas, y hénos aquí. Tomando café en nuestro piso de Paris a las 7 am como si el mundo allá fuera no existiera.
Qué vida la nuestra.